lunes, 9 de enero de 2012

Es invierno, hace frío. Detienes un instante tus pasos sin rumbo y echas un vistazo alrededor. Hay niños jugando mientras sus abuelos pasean. Parejas que caminan de la mano. Viandantes que no cesan de vigilar las manecillas del reloj al tiempo que desearían volar. Seres entusiasmados en busca de una oportunidad. Otros que intentan recuperar el tiempo perdido. Y muchos que simplemente viajan por la vida con la ilusión como compañera. Y cierras los ojos. Suena una pequeña melodía que anuncia una larga conversación. Y escuchas gritos de aquellos que cambian libros por columpios cuando suena el timbre. Sirenas que auguran la pena. Anuncios de buenas nuevas (y otras no tanto). Palabras de complicidad. Silbatos, ruedas, frenos.  Risas y más risas, y algún que otro llanto. Bullicio por doquier.
Y vuelves a abrir los ojos. Y ves cómo el mundo discurre sin descanso, mientras tú sigues inmóvil. Sin reconocer nada de lo que ves. Sintiendo que nada te pertenece. Que nadie se percata de tu ínfima presencia. Sola en medio de un montón de gente.

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